Esa confusa mezcla, irritantemente aceptada por la inmensa mayoría de los magos, es responsable de que, hasta nuestros días, a gran parte de los espectadores les cueste distinguir entre nuestra magia-arte y los tahúres callejeros, los ladrones de carteras, los alquimistas…
El prestidigitador, por Hieronymus Bosch |
Este famoso óleo sobre tabla atribuido a El Bosco, titulado El prestidigitador, El charlatán ó El prestidigitador y el ratero, según las versiones, es un claro ejemplo de la percepción que el público tenía ya de nuestro arte en siglo XV.
Lo que observamos en la escena es a un mago realizando el juego de los cubiletes: sobre la mesa vemos bolas, cubiletes, varita mágica... y un sapo. Y, en su cesta, una lechuza. La espectadora más cercana (se sabe que es espectadora porque lleva colgada la llave que sólo las amas de casa poseían) se inclina para ver mejor. Mientras el mago muestra una bola, otro espectador roba a la “divertida” dama su bolsa de dinero.
Aparte de veladas alusiones históricas (a la Inquisición, a los dominicos, a los Habsburgo, a los duques de Borgoña…) la simbología de los elementos relaciona al mago con la alquimia (la rana representaba la materia primaria que había que separar de lo volátil a través de la destilación) y con la brujería (la lechuza es el ave de las tinieblas que atraviesa la noche acompañando a las brujas).
La escena es, además, una recreación de una imagen muy popular: la carta del mago del Tarot: Una carta que relaciona al artista con la superchería adivinatoria y que le confiere un significado negativo ya que esta carta significa el engaño y el disimulo.
Por otra parte, siguiendo la interpretación más extendida, parece que el ladrón aprovechase para robar la cobertura que ofrece el acto del artista callejero en connivencia con éste. Un proverbio de la época decía: quien escucha a los ilusionistas pierde el dinero y se gana la mofa de los chiquillos.
Todo en una misma cesta e interconectado: ilusionismo, alquimia, brujería, adivinación, delincuencia. No en vano, en el siglo XV, los ilusionistas eran incluidos en el grupo de los “vagabundos”, formado también por juglares, músicos, charlatanes, arlequines, curanderos y buhoneros.